miércoles, 7 de julio de 2010

PENTECOSTES, PRINCIPIO DE LA IGLESIA EN LA MISION DEL ESPIRITU SANTO I Parte

En los Hechos de los Apóstoles, San Lucas desarrolla su programa eclesiológico en los dos primeros capítulos, especialmente en el relato del día de Pentecostés.
Pentecostés representa para San Lucas, el nacfmiento de la Iglesia por obra del Espíritu Santo. El Espíritu desciende sobre la comunidad de los discípulos -"asiduos y unánimes en la oración"-, reunida «con María, la madre de Jesús» y con los once apóstoles.
Podemos decir, por tanto, que la Iglesia comienza con la venida del Espíritu Santo y que el Espíritu Santo «entra» en una comunidad que ora, que se mantiene unida y cuyo centro son María y los apóstoles.

1. La Iglesia es apostólica, «edificada sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas» (Ef.2, 20). La Iglesia no puede vivir sin este vínculo que la une, de una manera viva y concreta, a la corriente ininterrumpida de la sucesión apostólica, firme garante de la fidelidad a la fe de los apóstoles. San Lucas subraya una vez más esta nota de la Iglesia: «Todos perseveraban en la doctrina de los apóstoles» (2,42).
El valor de la perseverancia, del estarse y vivir firmemente anclados en la doctrina de los apóstoles, es también, en la intención del evangelista, una advertencia para la Iglesia de su tiempo -y de todos los tiempos. «Eran asiduos en escuchar la enseñanza de los apóstoles».
No se trata sólo de un escuchar; sino de aquella perseverancia profunda y vital con la que la Iglesia se halla insertada, arraigada en la doctrina de los apóstoles; bajo esta luz, la advertencia de Lucas se hace también radical exigencia para la vida personal de los creyentes. ¿Se halla mi vida verdaderamente fundada sobre esta doctrina? ¿Confluyen hacia este centro las corrientes de mi existencia?
 
2. El Espíritu penetra en una comunidad congregada en torno a los apóstoles, una comunidad que perseveraba en la oración.

Encontramos aquí la segunda nota de la Iglesia: la Iglesia es santa, y esta santidad no es el resultado de su propia fuerza; esta santidad brota de su conversión al Señor.
Fijar la mirada en el Padre, fijar los ojos en la sangre de Cristo: esta perseverancia es la condición esencial de la esta bilidad de la Iglesia, de su fecundidad y de su vida misma. Al final del segundo capítulo de los Hechos: «Eran asiduos -dice San Lucas- en la fracción del pan y en la oración». Al celebrar la Eucaristía, tengamos fijos los ojos en la sangre de Cristo. La celebración de la Eucaristía no ha de limitarse a la esfera de lo puramente litúrgico, sino que ha de constituir el eje de nuestra vida personal. A partir de este eje, nos hacemos «conformes con la imagen de su Hijo» (Rom 8,29). De esta suerte se hace santa la Iglesia, y con la santidad se hace también una.

3. La comunidad de Pentecostés se mantenía unida en la oración, era «unánime» Después de la venida del Espíritu Santo, San Lucas utiliza una expresión todavia más intensa: «La muchedumbre... tenía un corazón y un alma sola» (Hch. 4,32). La unicidad del corazón.

Por: Jorge Carranza