martes, 3 de agosto de 2010

LOS POBRES EN LA BIBLIA

La Biblia nos muestra la pobreza como resultado de la injusticia y del egoísmo del ser humano que busca su seguridad en las cosas, y no en Dios.
La ambición endurece el corazón del hombre, lo hace insensible ante el dolor del prójimo. Cierra sus ojos, huye, culpa a otros, culpa a los mismos sufrientes. No quiere ver que lo que el cree que es suyo es también de su hermano pobre. Con su indiferencia, en cada hermano necesitado de amor, abrigo, alimento, a Cristo sufriente le termina dando la espalda. “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis" (Mt 25, 40).
 Dios nos busca a cada uno para que seamos sus instrumentos porque quiere darse también a través de nosotros. Necesita de ti, necesita de tus manos, de tu vivir. No cesa de llamarnos y en cada hermano, nos invita a dar y a darnos, a combatir la necesidad con amor, a compartir el fruto del esfuerzo diario; día y vida que El nos regala. Y a darnos nosotros mismos, nuestro tiempo, dedicación, amor.


Ciertamente nunca faltarán pobres en este país; por esto te doy yo este mandamiento: debes abrir tu mano a tu hermano, a aquel de los tuyos que es indigente y pobre en tu tierra" (Deuteronomio 15,11).
Compartirás tu pan con el hambriento, los pobres sin techo entraran a tu casa, vestirás al que veas desnudo y no volverás la espalda a tu hermano. (Isaías 58)


También la Biblia nos enseña que Dios se ha mostrado siempre especialmente atento a las suplicas de los pobres de espíritu, de quienes lo buscan con humildad, reconociendo su grandeza y generosidad, y confían en El, en su amor infinito siempre inmerecido.
“Miren, hermanos, ¿acaso no ha escogido Dios a los pobres de este mundo para hacerlos ricos en la fe? ¿no les dará el reino que prometió a quienes lo aman?” Santiago 2, 5. “¡Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos!”. Mateo 5, 3.
En el corazón del que no se apega a los bienes terrenos Dios encuentra disposición para recibirle y el que conoce a Dios, solo lo ambiciona a El, solo lo ansía a El. La felicidad y el amor que causa su encuentro no pueden ser encerrados, necesita compartirse.

P. Carmen Silva