sábado, 4 de septiembre de 2010

COMPARTIENDO 57

El mes de septiembre nos trae dos celebraciones especiales. El mes de la Biblia por ser el día 30 la fiesta de San Jerónimo, que nos dio un ejemplo de amor a la Palabra, la Palabra de Dios escrita, y ya de bien mayor estudió el hebreo y el griego para poder traducir la Biblia a la lengua latina, que es lo que se hablaba en el mundo mediterráneo hacia el año 400 después de Cristo.

Sin palabra de Dios no hay fe, y si no hay fe todo el edificio sobrenatural, interior, espiritual se derrumbaría. Hemos vivido en realidad de la Biblia Vulgata, para el vulgo del 400 a 1965 en la Liturgia de la Iglesia y de lectura cotidiana de los sacerdotes.

Bastaría esa razón para hablar de los libros, y como se dividieron en capítulos y versículos, los distintos géneros literarios, como se debe leer, una buen guía, la lectio esa lectura llena de fe que se empapa e impregna de lo que Dios habla a través de su palabra en los 73 libros.
Todas las páginas y el tiempo que podamos dar a su lectura ya bucear en sus escritos será poco pero sin olvidar lo que nos dice Isaías: Y ¿en quién voy a fijarme? En el humilde y contrito que tiembla ante mi palabra. Los pobres tienen asegurada la comunicación con Dios.

La otra celebración es de San Vicente de Paúl. Un hombre, hombre, que pasando por épocas en que solo le preocupaba medrar, subir el estatus social, económico y político, a como diera lugar, incluso vendiendo un caballo alquilado, acepta los golpes de la vida.

Frecuenta buenas amistades de sacerdotes y laicos, lee magníficos libros de Benito de Canfield y San Francisco de Sales, los místicos españoles, dando el gran salto y definitivo a los 42 años. Se va convirtiendo del buen sacerdote Vicente de Paul a San Vicente de Paúl. Amigo de Dios, de los pobres y de los que sufren, amigo de todos los que quieran subirse a su carro para ayudar a los que menos tienen, menos saben, menos son en la sociedad, los que no tienen voz.
San Vicente de Paúl, nos enseña que no se pude amar a Dios si no se ama a los que sufren, a los pobres, a los desheredados. Hace voto de dedicarse de por vida a los pobres. Da todos sus ahorros, la mitad a su familia y la otra mitad un centro de beneficencia y se sintió libre para dedicar sus energias, experiencias y conocimientos a los Cristos encarnados, los sufrientes, que a pesar de sus apariencias son el mismo Cristo.

La mitad de su vida camina buscando éxitos sociales y económicos y la otra mitad amando a Dios y sirviéndole hasta su muerte en los excluidos de la sociedad.

Dios y su Palabra y el gran apóstol y patrono de la Caridad nos enseñan en estas páginas que este es el camino para llamamos y ser en realidad cristianos, seguidores de Cristo al estilo de San Vicente de Paúl.

P. Francisco Domingo CM.